Image: Canto de Espumas
Al rumor de rulo y a la Aurora de los mares
Pensaría “en lo dado”, el lecho antes de que fuese regazo. La plegaria que antecede al rumor y nuestra vista que se hace en él, tacto. ¡Imposible! –pensaría – caminar de la arcilla al hombre sino hay soplo negado; resarcir las ceras antes de ser vela que en ceder alumbrarían un ojo aterrado. Ya sin forma es mejor hacer de los ojos encanto. Los cerré tan fuerte que a solas quedó mi tacto –¡Construye el mundo desde las líneas de mi mano! –grité. Y fue así que llegó aquél arcano.
Nos hizo tocarlo, sin letra ni texto lentamente leíamos al encierro del alma. Sus pies en la piel de unos dedos, sus arcos de la barbilla eran como aquella arca que contiene a todas las especies ya nombradas. Y su vientre serían ondas que disipan cualquier nominación. Era un viejo en espiral, del ombligo a la comisura. Leímos que no hay origen en el tacto ciego, y al no ver las palabras hicimos de ellas tactos sin tiempos. Después, el cuerpo que reveló el encierro, quedó en memoria del misterio ciego:
Nos hizo tocarlo, sin letra ni texto lentamente leíamos al encierro del alma. Sus pies en la piel de unos dedos, sus arcos de la barbilla eran como aquella arca que contiene a todas las especies ya nombradas. Y su vientre serían ondas que disipan cualquier nominación. Era un viejo en espiral, del ombligo a la comisura. Leímos que no hay origen en el tacto ciego, y al no ver las palabras hicimos de ellas tactos sin tiempos. Después, el cuerpo que reveló el encierro, quedó en memoria del misterio ciego:
“Entre ellas en el cielo titubean para no mirarse sin luz.
A ellas, aéreas desvelo, un dócil susurro en alas habita su constelación
¿Yace ahora la aurora? La que escinde mares, la que enciende la mirada.”
¡Ah cavar el entierro de la finitud!
A ellas, aéreas desvelo, un dócil susurro en alas habita su constelación
¿Yace ahora la aurora? La que escinde mares, la que enciende la mirada.”
¡Ah cavar el entierro de la finitud!