lunes, enero 12, 2009

La palabra del Dios Azul

He pasado noches enteras leyéndole en las estrellas. Reposo en la cama, abro la ventana. Alzo la vista de mis manos; dejo de leerlas entre líneas, llevo la mirada al cielo buscando dónde iniciar el olvido. Así, le canto a cada una de las uniones que entre las estrellas se hacen; y entonces, como titubeantes ante la voz, éstas caen al desfiladero, a la tierra…

en algún desliz de brillo…



Image: "Manogodpek" de Rvben Fventes


Aquélla noche tomé un pañuelo blanco; éste y un hongo tallado en madera, fueron los únicos recuerdos que mantuve de él. ¿Él al día se desapareció? Coloqué menta, un poco de aceite mitrial, perfecto para dar luz por algunas horas, y una hoja de hierbabuena. Ya en el centro, el aroma entre cada uno y otro, agitaron la respiración. Les enredé en el pañuelo, les hice Uno. Mis manos sigilosas abrazaron al aire, lo estrellaron en la pared. Cerré los ojos. La luna se dejaba ver victoriosa, brillaba completa, entraba hasta en ojos cerrados. Preguntáronle los grillos en qué tiempo se iba en el alba. Ésta no respondió, era su amanecer nocturna. Me aferré al pañuelo blanco y a su alquimia recién elaborada, lo froté lentamente, aceleré más y más, y en frotar aumentó el calor y en el calor la luz de mi palma: luz azul. Mi mano brillaba y entonces, por miedo, dejé caer aquel párrafo que de él se revelaba…


Image: "La Palabra del Dios Azul" de Rvben Fventes

Desperté. La luna estaba sobre mi cama hecha bruma, y en ella el conejo que brinca a la marea. Mi viejo crucifijo desapareció. En mi buró, como si fuese un faro, encontré dibujado al alquimista de pañuelo blanco, menta y hierbabuena; su rostro retenía cierto trazo de alguna vieja máscara Tia’at, me atraía en la luz. Le toqué. Imaginé, que aquella noche, había dejado escapar otro sueño; pero al intentar levantarme, las sábanas brillaban más intensas que de costumbre. Descubrí mi mano derecha, al verla brillar grité. La acerqué al dibujo posado en mi buró. El conejo abrió sus ojos y brincó por la ventana y la máscara, tomó mi mano… siguió a mi rostro y se hizo callar…