jueves, diciembre 28, 2006

Sonido, Sonámbulo. ¡¡Silencio!!

A María Iribarnne, por el verbo que sopló su nombre…

Te escribo con la esperanza, con el deseo, la suerte y el cariño que has sido capaz de despertar en mí con tan sólo un instante. Te escribo, aún sabiendo que no leeré lo que tu fantasía podría decir. ¿Qué hemos de hacer, para oírnos en el eco de las paredes?...

Didier, Daeninckx
He pensado mucho en usted. A diario regresa a mi cabeza, fortuita, como suspiro, y pienso ¿Qué hará ahora? ¿La volveré a ver algún día? La respu.está escondida en su boca –entre sus labios– que me enamoran de La Habana, el tabaco y su olor a.mar.

He exagerado en pensar, quizá era más sensato el silencio. Con él, el deseo de las palabras es clandestino. Sin soplo no hay vida ni aquello que pasó después, que es ahora. La experiencia del creador pesa, terminamos su obra, nombramos a los “otros” bajo nuestra aprehensión. Sin embargo, usted, vos y yo nombramos el alejamiento y la pequeña huída con el misterio de un juego de palabras:
“a.tarde.ser.eres y yo un traje.de.día”.
Le recuerdo, cada uno de sus gestos re-ánima aquélla ocasión. Hoy ver al cielo, con las rimas de la luz, describe lo que usted ha soñado, y que aún, –diptongo infame– se anida en sus labios. Las reconoce sin los n(h)ombres con la “h” que muda junto a vos, al silencio.
–¿Asombrado? –preguntó, mientras la luna crecía a espejo.
–¡No! Estoy sin sombra, asombreado, en la arena que me une a usted, María.

Pero todo es una flor, ¡delirio! Eco que regresa tres, cuatro, dos, seis veces a mis oídos… un espejo de sonido, algo similar, estrellas:

“nuestras vidas estás llenas de mariposas blancas que esperan, soy un cadáver, y todas ellas son larvas aún sin forma, ¡ande nómbrelas!...”